jueves, 12 de junio de 2008

Opinión: regla inglesa

Opinión publicada en el diario La Nacion, del prestigioso periodista Claudio Cerviño, sobre la nueva regla inglesa que limita el toque de bochas de un equipo.

A ver, Riquelme: usted no puede más tener la pelota, proteger la posición sacando la cola hacia afuera ni lateralizar; cuando la recibe, está obligado a verticalizar lo más rápido posible.
A ver, Nadal: usted no puede pegar más de tres pelotas desde la base; después de esa cantidad, y aunque no esté bien perfilado, tiene que irse a la red.
A ver, Pumas: ustedes no pueden armar más de tres fases de mauls; a partir de ahora, están obligados a abrir la pelota a los backs.
No se asuste: nada de lo enunciado es real. Resultaría tan temerario como haberle prohibido a Locche que hiciera cintura. Son hipotéticos cuadros de situación para ilustrarlo de lo que está ocurriendo en la temporada de polo de Inglaterra, una de las más renombradas internacionalmente junto con la de Estados Unidos. En nivel deportivo, a años luz de la Triple Corona argentina. Sin embargo, son circuitos relevantes para los jugadores por tratarse de una de sus principales fuentes de ingreso como profesionales.
Se experimentan, por el mundo, cambios de reglas con el objetivo de aligerar el juego, de no hacerlo tan trabado, lento y repetitivo. Un estilo que ganó espacio con el tiempo, al punto de que se ha ido insertando en nuestro polo. Y se lo utiliza sin titubeos, por necesidad temporal o estrategia. Algo que nació casi por obligación táctica en el exterior, con equipos de hasta 22 goles, constituidos por dos 9 o 10 (son los que tienen la bocha todo el tiempo) y otro par de recursos limitadísimos, uno de los cuales es el patrón, o sea, el que paga.
Esto derivó en una forma concreta de jugar. Hoy, se la cercena, en busca de que los polistas se desprendan más de la pelota y, tal vez (no necesariamente), todos tengan mayor participación.Se plantea la disyuntiva de si esa política es aplicable a los torneos de nuestro país. Una cuestión que cabe, claro, que analicen quienes conducen la actividad para dilucidar sus ventajas y desventajas. La medida en sí suena como un castigo para quienes optan por jugar de determinada manera. Que no es oprobiosa: es sólo una forma, de las tantas que existen. Sería como cuestionar en el fútbol de hoy la legitimidad de los goles de pelota parada, con la preponderancia que cobró esa faceta.

No nos referimos a gustos, obvio, porque entramos en otro terreno, en el cual seguramente la regla aplicada en Inglaterra encontrará un eco irresistible. No estamos hablando de preferencias -¿a quién no le gusta ver un polo abierto, rápido y simple?-, sino de formas. Y vale, también, ponerse en el lugar de los referís, del público. ¿Sería todo realmente más fácil y lindo? ¿No abren ya permanente debate y contrapuntos las reglas históricas del polo como para agregar una alteración que no garantiza menos confusión? Para pensarlo.

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