miércoles, 9 de enero de 2008

Pincelazos: estilo Dolfi

Cada hombre tiene un lugar en el mundo. El suyo es Washington. ¿En Estados Unidos? No, en Córdoba, un pequeño pueblo lejos de todo y cerca de nada. Pero allí tiene su base, sus caballos. Y su felicidad.
Cada vez que el calendario le da un respiro, hacia allí va Adolfo Cambiaso. Lo hizo apenas terminó Palermo. “¿Hasta cuándo te quedas”? se le preguntó desde Buenos Aires. “Hasta que la mujer se canse. Si fuera por mi y por los chicos, me quedo todo lo que pueda”. La mujer es María Vázquez, su esposa, a la que le dedicó buena parte de sus títulos por acompañarlo siempre (no debe ser sencillo…), y los chicos con la simpática Mía y el pequeño Adolfito (muy parecido al padre), que heredaron el amor por los caballos.
Cambiaso también habla. Y dice cosas. No es un protagonista que se calla. Hace pocos días salió publicada una entrevista que le dio a la revista El Grafico. Y dijo: “De verdad no me siento el mejor del mundo y tampoco me interesa que me reconozcan eso en particular. Quiero ayudar a cambiar las cosas como en su momento hizo Gonzalo Pieres. El marcó una etapa en su paso por el polo, él lo hizo mucho más profesional al deporte”.
Algunas cosas hizo Cambiaso. Creó un club. Cambió un poco el mapa del polo bonaerense al revalorizar la zona de Cañuelas. Hizo cambiar reglas en el juego en Estados Unidos. Popularizó un poco más el deporte. Y ya ganó siete títulos. A dos del récord del gran Gonzalo…
Otra frase de Cambiaso llama la atención. “En algún punto, siento que me pueden llegar a reconocer el día que no juegue más o que no esté más en este mundo”. Así somos. No disfrutamos el presente. Hoy la realidad indica que hay que disfrutar más a este fenómeno del deporte. Y no discutirlo.

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