A veces la lluvia solo moja, pensó. Moja, pero no hiere. La cancha de Palermo todavía estaba en buenas condiciones. "Si se mantiene está llovizna no habrá problemas para jugarlo como cualquier partido", repetía una y otra vez Juan Perales, el responsable de la cancha.
Los árbitros lo miraban de reojo. Todos sabían que ese no era cualquier partido. En absoluto. Pero es imposible suspender un partido por portación de antecedentes. Si es por eso, varios polistas no podrían ni siquiera montar. Y varios hombres no deberían hablar...
Amador llegó a la cancha 90 minutos antes. Miró el cielo gris, la cancha verde, se jactó por su remera azul que decía "Vencetore", y dijo: "Que lindo día para jugar al polo". Luz no fue: prefirió quedarse con su personal trainer, un fortachón gay que por su inclinación sexual podía mantener su trabajo. Aunque a veces en su clase incluía a su primo.
Alessandro llegó 10 minutos después. Cargaba el bolso con los tacos, llevaba una gorra Nike y una concentración imperturbable. Brisa, a su lado, estaba excesivamente abrigada. La lluvia no apaciguaba el caliente termómetro de esos días.
Salieron a taquear y se cruzaron allí, en mitad de cancha, lejos de todos, cerca de nadie. El español lo miró amenazante. El italiano no bajó la vista. Cada uno siguió su paso. Hasta que se escuchó una voz quebrar el silencio: "Eres un gilipollas cornudo".
Aless tragó saliva. El partido estaba por empezar. La verdad, siempre, se ve en la cancha.
lunes, 20 de julio de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
ahhhhh... se puso bueno!!!
Publicar un comentario