Esta vez el que grita es Lucas. No le gritan a él. Dos toques cortos y a festejar por tercera vez. Fiesta en Libertador como en 2005. Saltan todos, los de antes, los nuevos. Festejos en el palenque donde un rato antes Diego Maradona felicitaba a Cambiaos por convertir un gol de penal que entró de rastrón, pidiendo permiso. “Bien Adolfito, así, bien tirado”. A su lado, el tenista David Nalbandian, que de vez en cuando taquea en La Dolfina y más amigo de Adolfo Cambiaso, le decía: “No, Diego, para que sea bien tirado tiene que entrar alto”. Y el ex futbolista le contestó: “Penal que entra y es gol, está bien tirado”.
Ahora Lucas está en andas. Como Bartolomé Castagnola. Como Mariano Aguerre. Como Cambiaso. Y festejan como pocas veces se vio en el polo. O como nunca.
“Ni en pedo pensé que lo erraba”, asegura Lucas. No lo erró: fue el gol de oro.
Antes de subir al podio, Mariano saluda a sus cuñados. Arriba llorará. Mucho. Se llevó tres valiosos premios. Se los merece. Cerca suyo, Facundo no puede levantar la cabeza del piso.
Bartolomé habla y saluda. Se le sugiere que su equipo juego un polo abierto y el rival, cerrado. “Dame un beso, papá”, responde. Lo peor es que abraza y cumple. Está feliz por el tricampeonato. Está feliz por oír ese concepto.
Cambiaso, con un buzo encima de la remera (“soy muy friolento”, reconoció un tiempo atrás”, debe escapar de Palermo ante el asedio de la gente. Nunca le gustaron las multitudes. Ni siquiera en su club, cuando tres días antes de la final había tenido un largo día con los patrones de la Copa de Diamante en La Dolfina. Pero es amable: antes de la final, firmaba autógrafos en su palenque mientras los rivales estaban tensos en sus sillas.
Así comenzó el partido. Unos más sueltos que otros. Así terminó Palermo 2007.
domingo, 9 de diciembre de 2007
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