domingo, 21 de junio de 2009

Polo deshuesado, capítulo 9

Amador y Alessandro. Luz y Brisa. Rodo y Diego. Juancito y Nacho, la mano derecha del italiano, por cierto menos bueno que Juan… Estrella y sus colegas de palenque, y Luna, el mejor ejemplar de Ales, y sus compañeras de cabalgatas en el otro.
La vida avanzaba y los equipos estaban armados. No había bandos de buenos ni de malos. Eran bandos. Con buenos y con malos. Con intereses, con odios, con deseos y con miserias. El polo los enfrentaba, a unos más que a otros. La vida lo hacía, a unos más que a otros.
En el bunker del español, todo funcionó de maravilla en esa práctica poco después de los fideos con salsa rosa del mediodía. Los caballos rindieron lo esperado y los jugadores también. Se acercaba el comienzo del torneo esperado y no había razones que llevasen a pensar en otra cosa que no fuese levantar la copa. “Luz, en este día estás más bella que nunca”, le dijo Amador a su curvilínea dama. Es un código entre ambos: la belleza de la mujer atrae el éxito. Cuanto más bella, más éxito.
A sólo 1200 metros, el Ales team también funcionaba a la perfección. El escenario era calcado: otra práctica perfecta, incluido un gol de reves de backhander del italiano que quedará para siempre en su memoria (no importa el detalle que tuvo poco marca…). Ales se bajó del caballo, tomó su botella de agua mineral, tomó un trago y se arrojó el resto sobre su cuidada humanidad de 182 centímetros y 38 otoños, miró a Brisa, le sonrió y le dijo con voz segura y sin ruborizarse pese a que estaba rodeado por todo su equipo de trabajo: “Brisa, en está tarde está más bella que nunca”.

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