Justo 48 horas antes del comienzo del gran torneo, la marca exclusiva de relojes organizaba su gran fiesta anual. Se trata de una firma que tiene al polo como deporte emblema. Es un matrimonio perfecto, sin fisuras. Diego y Rodo son representantes de la marca y han posado en varis publicidades con un exclusivo diseño en su muñeca izquierda.
El mejor salón del mejor hotel 5 estrellas esperaba por los invitados. Ellos, de elegantísimo sport. Ellas, con los mejores vestidos capaces de lucir. Las mesas, con manteles de bordados distintivos. Una entrada de una dorada ensalada del mar: langostinos, ostras y pinceladas de caviar. De plato principal, un lomo con salsa de champiñones. De postre, helados de limón con champagne. Para el final, el alcohol ya había alborotado varias venas, culpa del vino cosecha 1953, un año donde las vides tuvieron un sabor nunca logrado.
“Ya vuelvo, guapa. Voy al baño. Tu sabes…” le dijo Amador a Luz. En esos cinco minutos que la esplendorosa dama quedó sola, varios ojos se posaron sobre ella saltando los límites auto-impuestos. Los de Diego, por ejemplo. Ella hacía como que no miraba. Pero miraba. Siempre mira…
Sin que nadie lo sepa, el momento cúlmine de la fiesta transcurrió en el baño. El español, algo mareado, con la cabeza apoyada en el mármol mientras regaba el mingitorio, hablaba con un polista de mediano handicap. “Tenemos un gran equipo. Y de caballos estamos genial, tío. Ganaremos el gran torneo y que ese italiano gilipollas coma pasto. ¡Joder!”.
En ese instante, Alessandro, copa de champagne llena en la mano, ingresaba al baño. No escuchó ni una palabra de la conversación, pero como explicárselo a Amador, que acaba de chocar con él y tenía en su smoking de 5 cifras el contenido de una copa llena de la burbujeante bebida.
-¡Maldito, me las vas a pagar!
-No te tengo miedo. Y estás tan borracho que todos creerán que te tiraste la bebida encima. Español bruto.
El mediano handicap los separó cuando estaban a punto de golpearse. Se miraron varios segundos con el gesto de rabia instalado en sus rostros.
Amador dejó el baño. Volvió, se asomó a la puerta y le gritó: “Cuidate en el primer throw-in”.
sábado, 27 de junio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
Polo deshuesado, capítulo 9
Amador y Alessandro. Luz y Brisa. Rodo y Diego. Juancito y Nacho, la mano derecha del italiano, por cierto menos bueno que Juan… Estrella y sus colegas de palenque, y Luna, el mejor ejemplar de Ales, y sus compañeras de cabalgatas en el otro.
La vida avanzaba y los equipos estaban armados. No había bandos de buenos ni de malos. Eran bandos. Con buenos y con malos. Con intereses, con odios, con deseos y con miserias. El polo los enfrentaba, a unos más que a otros. La vida lo hacía, a unos más que a otros.
En el bunker del español, todo funcionó de maravilla en esa práctica poco después de los fideos con salsa rosa del mediodía. Los caballos rindieron lo esperado y los jugadores también. Se acercaba el comienzo del torneo esperado y no había razones que llevasen a pensar en otra cosa que no fuese levantar la copa. “Luz, en este día estás más bella que nunca”, le dijo Amador a su curvilínea dama. Es un código entre ambos: la belleza de la mujer atrae el éxito. Cuanto más bella, más éxito.
A sólo 1200 metros, el Ales team también funcionaba a la perfección. El escenario era calcado: otra práctica perfecta, incluido un gol de reves de backhander del italiano que quedará para siempre en su memoria (no importa el detalle que tuvo poco marca…). Ales se bajó del caballo, tomó su botella de agua mineral, tomó un trago y se arrojó el resto sobre su cuidada humanidad de 182 centímetros y 38 otoños, miró a Brisa, le sonrió y le dijo con voz segura y sin ruborizarse pese a que estaba rodeado por todo su equipo de trabajo: “Brisa, en está tarde está más bella que nunca”.
La vida avanzaba y los equipos estaban armados. No había bandos de buenos ni de malos. Eran bandos. Con buenos y con malos. Con intereses, con odios, con deseos y con miserias. El polo los enfrentaba, a unos más que a otros. La vida lo hacía, a unos más que a otros.
En el bunker del español, todo funcionó de maravilla en esa práctica poco después de los fideos con salsa rosa del mediodía. Los caballos rindieron lo esperado y los jugadores también. Se acercaba el comienzo del torneo esperado y no había razones que llevasen a pensar en otra cosa que no fuese levantar la copa. “Luz, en este día estás más bella que nunca”, le dijo Amador a su curvilínea dama. Es un código entre ambos: la belleza de la mujer atrae el éxito. Cuanto más bella, más éxito.
A sólo 1200 metros, el Ales team también funcionaba a la perfección. El escenario era calcado: otra práctica perfecta, incluido un gol de reves de backhander del italiano que quedará para siempre en su memoria (no importa el detalle que tuvo poco marca…). Ales se bajó del caballo, tomó su botella de agua mineral, tomó un trago y se arrojó el resto sobre su cuidada humanidad de 182 centímetros y 38 otoños, miró a Brisa, le sonrió y le dijo con voz segura y sin ruborizarse pese a que estaba rodeado por todo su equipo de trabajo: “Brisa, en está tarde está más bella que nunca”.
viernes, 5 de junio de 2009
Polo deshuesado, capítulo 8
Pocos días después, en una mañana de furibundo sol, se produjo el reencuentro. En el club Verde Esperanza, de Pilar, todo estaba listo para la práctica. Amador esperaba en las caballerizas, hablando con sus petiseros sobre fútbol… de España. Madridista hasta la médula, soportaba estoico las burlas por el gran presente de Barcelona.
Hasta que el patrón se cansó y preguntó: “¿Cómo amaneció Estrella?”. La yegua estaba tranquila. De vez en cuando pateaba en su box. De repente Luz, radiante, ingresó en la zona. Se contorneaba sutil y provocativa. Cuchicheó en el oído del español, tomó el fajo de billetes de 100 pesos que salió del bolsillo de novio, se dio media vuelta y se marchó sin variar ni un milímetro su contorneo.
Petiseros, veterinarios, ayudantes, Juancito y demás gente de Verde Esperanza siguió con la mirada la huida de Luz, pero el mismo sendero que llegaba ese auto último modelo rojo. Entonces, todas las cabezas giraron. Era el momento esperado.
A todo volumen, los parlantes del auto sangraban un triste tango (¿qué tango no lo es?). El hombre al volante, Rodo, era tanguero. Estacionó, dejó ver sus 180 centímetros con alpargatas debajo y remera de Gardel arriba.
-Cada día canta mejor, intentó distender el clima Amador en su recibimiento al gran polista.
-El cuádruple, fue la respuesta.
-¿Vamos a ganar?
-Para eso vine.
-Entonces será el cuádruple.
-Hecho. Y otra cosa…
-¿Qué más, chabal?
-No soy tu esclavo.
Hubo un silencio. Por primera vez, Amador hacía silencio. Rodo no era su enemigo, y mejor tenerlo de su lado. Su enemigo estaba en otro lado, en el palenque de enfrente. Más que enemigo, una obsesión…
-Pues claro, chabal. Y yo no soy tu dueño. Ponte las botas y vamos a jugar una buena práctica.
Hasta que el patrón se cansó y preguntó: “¿Cómo amaneció Estrella?”. La yegua estaba tranquila. De vez en cuando pateaba en su box. De repente Luz, radiante, ingresó en la zona. Se contorneaba sutil y provocativa. Cuchicheó en el oído del español, tomó el fajo de billetes de 100 pesos que salió del bolsillo de novio, se dio media vuelta y se marchó sin variar ni un milímetro su contorneo.
Petiseros, veterinarios, ayudantes, Juancito y demás gente de Verde Esperanza siguió con la mirada la huida de Luz, pero el mismo sendero que llegaba ese auto último modelo rojo. Entonces, todas las cabezas giraron. Era el momento esperado.
A todo volumen, los parlantes del auto sangraban un triste tango (¿qué tango no lo es?). El hombre al volante, Rodo, era tanguero. Estacionó, dejó ver sus 180 centímetros con alpargatas debajo y remera de Gardel arriba.
-Cada día canta mejor, intentó distender el clima Amador en su recibimiento al gran polista.
-El cuádruple, fue la respuesta.
-¿Vamos a ganar?
-Para eso vine.
-Entonces será el cuádruple.
-Hecho. Y otra cosa…
-¿Qué más, chabal?
-No soy tu esclavo.
Hubo un silencio. Por primera vez, Amador hacía silencio. Rodo no era su enemigo, y mejor tenerlo de su lado. Su enemigo estaba en otro lado, en el palenque de enfrente. Más que enemigo, una obsesión…
-Pues claro, chabal. Y yo no soy tu dueño. Ponte las botas y vamos a jugar una buena práctica.
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