La mañana siguiente, Amador abrió los ojos a las 10, con la musiquita de El Golpe de su teléfono celular. Una hora antes, su brazo derecho había golpeado el despertador que yacía muerto en el piso. Luz, que no toma alcohol porque la apaga, estaba como siempre a esta hora en el gimnasio, rodeada de una decena de hombres desbordantes de testosterona que nunca le sacan los ojos de encima. Eso la enciende.
El español todavía mostraba cierta resaca después de una noche a puro festejo por la llegada de la yegua Estrella a su escudería. Hubo un asado para 10 acompañado de buen vino, sobremesa de licor, y sesión de sexo con mezcla de tragos varios. Mucho alcohol en pocas horas. Demasiado.
Su instinto matinal lo llevó a una decisión: era no atender el teléfono. Por suerte no hubo más musiquita. Quien sea que fuese que estaba del otro lado, cedió en su intento. Mejor. Un poquito más de remoloneo, pensó el español, mientras repetía una y otra vez en su boca los brebajes de la noche anterior. Pensó en un tomar un digestivo, pero antes, un paso previo: llamar a Juan, su mano derecha, el que le guía en el polo desde siempre, el que le aconsejó comprar a Estrella y cómo contratar a Diego, el mejor polista del mundo, para el próximo torneo, al precio que fuese necesario.
“Juan, querido. ¡Qué buen asado nos comimos anoche! ¡Y que linda tu nueva novia! Tranquilo, tranquilo, no te la voy a robar”. Juan quería interrumpir: “Amador, tenemos que hablar de otra cosa…”. Nunca llegaba a terminar la frase. “Que yegua compramos, Juancito. Tres chukkers puede jugar. Es una máquina”. El español exageraba pues el equino no tenía tal calidad. Pero la victoria ante Totti lo hacía sentir semejante euforia. “Amador, escuchame”, intentó una vez más. “Pero Juancito, ¿qué pasa que no festejas? ¡Hay que festejar! ¡Ya ganamos! ¡Somos invencibles!”. “Espera, Amador. Me enteré que Diego no va a jugar con nosotros. Parece que el maldito italiano le ofreció más plata…”
El español quedó mudo. No dijo nada más. Apagó el teléfono y sentó en la cama mirando la nada. Estuvo así varios minutos. Hasta que recibió una llamada y el sonido lo volvió a la realidad. No tenía ganas de hablar con nadie. Miró el identificador de llamadas. Era Diego. Sonaba todavía la musiquita de El Golpe.
viernes, 15 de mayo de 2009
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