Pocos días después, en una mañana de furibundo sol, se produjo el reencuentro. En el club Verde Esperanza, de Pilar, todo estaba listo para la práctica. Amador esperaba en las caballerizas, hablando con sus petiseros sobre fútbol… de España. Madridista hasta la médula, soportaba estoico las burlas por el gran presente de Barcelona.
Hasta que el patrón se cansó y preguntó: “¿Cómo amaneció Estrella?”. La yegua estaba tranquila. De vez en cuando pateaba en su box. De repente Luz, radiante, ingresó en la zona. Se contorneaba sutil y provocativa. Cuchicheó en el oído del español, tomó el fajo de billetes de 100 pesos que salió del bolsillo de novio, se dio media vuelta y se marchó sin variar ni un milímetro su contorneo.
Petiseros, veterinarios, ayudantes, Juancito y demás gente de Verde Esperanza siguió con la mirada la huida de Luz, pero el mismo sendero que llegaba ese auto último modelo rojo. Entonces, todas las cabezas giraron. Era el momento esperado.
A todo volumen, los parlantes del auto sangraban un triste tango (¿qué tango no lo es?). El hombre al volante, Rodo, era tanguero. Estacionó, dejó ver sus 180 centímetros con alpargatas debajo y remera de Gardel arriba.
-Cada día canta mejor, intentó distender el clima Amador en su recibimiento al gran polista.
-El cuádruple, fue la respuesta.
-¿Vamos a ganar?
-Para eso vine.
-Entonces será el cuádruple.
-Hecho. Y otra cosa…
-¿Qué más, chabal?
-No soy tu esclavo.
Hubo un silencio. Por primera vez, Amador hacía silencio. Rodo no era su enemigo, y mejor tenerlo de su lado. Su enemigo estaba en otro lado, en el palenque de enfrente. Más que enemigo, una obsesión…
-Pues claro, chabal. Y yo no soy tu dueño. Ponte las botas y vamos a jugar una buena práctica.
viernes, 5 de junio de 2009
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