No había mucha gente aquella tarde en Palermo, en la semi del mediano handicap. El grupo de siempre en la tribuna, es decir un puñadito, y el grupo de trabajo de cada equipo en los palenques. Para los que prestaron atención, la escena resultó inolvidable. Toda la escena.
Totti, después del pechazo, tocó la bocha con lo justo. La redondita corrió rumbo a un mimbre y le pasó a centímetros, por el lado de adentro. El italiano gritó el gol del triunfo como si fuese la final del Argentino Abierto. Sus colaboradores, por inercia, también. De todos Luz, entonces su novia, fue la más efusiva: gritos, saltos y revoleo de gorra.
Esa imagen impactaba: toda su rubia anatomía de 170 centímetros desplegada en una euforia electrizante y salvaje. Pura belleza. Hubo quienes siguieron la bocha, otros a Totti, y varios a la mujer y sus curvas. Y hubo, también, dos petiseros que siguieron a Amador. Vieron, entonces, como su rostro de bronca deportiva mutaba por un gesto de codicia. Sí, a veces la codicia se lee en la cara. En ese instante el español, sabiéndose derrotado por su enemigo, empezó a jugar otro partido. Desde lo alto de su caballo, clavó los ojos en aquella mujer, esbozó una pequeña pero insinuante sonrisa, y cerró y abrió su ojo izquierdo con la velocidad de un relámpago.
Luz, astuta y conocedora de todos los manuales del juego de seducción, supo de inmediato de que se trataba. Y, sutil, sonrió apenas, con delicadeza, parte por agradecimiento, parte para abrir la puerta a una historia que ninguno sabe como empezaba ni en que podía terminar.
Hoy Beto, uno de los petiseros que vio esa escena, vive en Holanda como capitán del club más importante de polo en Amsterdam. Nadie sabe cómo consiguió los fondos para comenzar su nueva vida. El Negro, el otro petisero, se mudó del palenque italiano al español por varios miles…
miércoles, 29 de abril de 2009
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